El “pololeo” es una relación romántica más formal que “salir” o “andar” y menos que convivir, una unión civil o el matrimonio y, precisamente, esta ambivalencia en su definición ha sido el nudo crítico que generó la necesidad de legislar sobre las formas de ejercicio de violencia de pareja no amparadas bajo las figuras institucionales vigentes, ya que, sin importar las características específicas que delimiten una vinculación sexoafectiva, la violencia de género se produce igual.
La Ley 21.212, conocida como Ley Gabriela, amplía la tipificación penal y establece las figuras de “femicidio por causa de género”, donde el asesinato se produce en razón del género y fuera de una relación afectiva, y el “femicidio íntimo”, que incorpora las relaciones de pareja sin convivencia (o informales).
Asimismo, la Ley 21.523 o Ley Antonia, incluyó casos en los que existiendo hechos previos constitutivos de violencia de género una mujer cometiera suicidio, sancionando al agresor como autor de suicidio femicida, y estableciendo garantías procesales y protecciones para víctimas.
Ambas, avanzan en materia legislativa, evitando la revictimización y victimización secundaria. Sin embargo, no son suficientes.
Si bien la violencia se expresa en casos específicos (personas, parejas), ésta no se comprende lejos de la reproducción social y la cultura, donde los mensajes simbólicos van moldeando actitudes y comportamientos, dando lineamientos sobre lo que se espera de cada quien.
Por un lado, pensar que “los hombres son de marte y las mujeres son de venus” sustenta el relato de la media naranja, con “características” complementarias, como, por ejemplo: los hombres son más lógicos y las mujeres más emocionales, dando paso a una completitud una vez que se juntan. Estos mitos perpetúan estereotipos de género, marcando una dependencia como condición esencial de la relación afectiva o amorosa. reflejada en las frases “yo no puedo vivir sin ti”, “el amor hará que cambie”, “sin él/ella no soy nada”; muy comunes en relaciones violentas.
Por otra parte, y como señala la filósofa española Clara Serra, la premisa contemporánea de ser “naranja entera”, o personas que no necesitan de nadie, es también una problemática que no resuelve la disyuntiva anterior y que sólo decanta en la soledad, ya que, el individualismo y narcisismo que encarna esta postura no comprende la necesidad de vinculación social (no romántica), donde las amistades y las redes de apoyo fortalecen el constructivismo social que facilitaría el camino de erradicación de la violencia.
No hay recetas únicas en el relacionamiento humano, tenemos responsabilidades y necesidades personales y sociales que atender, por lo tanto, el miedo a ser dañados no puede crear la fantasía de ser “súper-personas” a quienes nada les afecta y a nadie necesitan, como tampoco la vinculación afectiva puede ser determinada por el miedo a la soledad, que lleve, incluso, a aguantar maltratos. Por ello, un buen paso inicial es apostar a que cada quien desarrolle sus potencias integralmente, desde etapas de relacionamiento temprano, comprendiendo tanto la interdependencia humana como los límites personales.
Camila Inostroza BoitanoJefa Departamento Equidad de Género y DiversidadInstituto Profesional Virginio Gómez